Recuerdo que esa semana nos habíamos enterado que sería la última de clases; que aquella rutina de los últimos años de nuestras vidas, cambiaría por completo. Me llené de nostalgia y sentí que no estaba preparada para vivirlos; por lo que me determiné a disfrutar los últimos recreos, las últimas clases, y los últimos momentos sentada al lado de quienes estuvieron conmigo a lo largo de los años de colegio.
El lunes fue un día tranquilo, las clases estuvieron como siempre, pero las noticias fueron distintas y llenas de situaciones complicadas, pues empezaba la cuenta regresiva… 5.
El martes, también lo fue. Llegué esa mañana, como todas, a dejar mi maleta en el puesto que había ocupado todo el año y que de muchas formas me había hecho muy feliz pues me permitía la vista completa de un curso maravilloso. Al mirar hacia cada lado podía ver sin ninguna obstrucción, los rostros alegres de mis compañeros y la pizarra. Durante la primera pausa mencioné que nos quedaban 7 recreos, 7 ¿verdad?.
Regresamos al aula y continuamos con la clase, seguimos así hasta que llegó el segundo recreo y todo permaneció normal por lo menos hasta las últimas horas. Al regresar al curso, durante los últimos minutos de la clase del 9 de enero pasado, todo se volvió un caos. Preocupados por lo que pasaba afuera del colegio, guardamos nuestras cosas y nos fuimos rápidamente a casa. 4, decía el conteo.
Ahí nos enteramos que las clases presenciales habían sido canceladas y que no volveríamos hasta que se calmara la situación; fue cuando nos dimos cuenta de lo que pasaba. El grupo del curso se empezó a llenar de mensajes de agradecimiento entre todos. Pero y ¿a dónde quedaban el día 3, el 2 y el 1? el conteo se había quedado a medias…
La pizarra improvisada en la cartelera del curso, que registraba los días que faltaban, se quedó con el número que no debía (4); el curso con decoraciones sin terminar y nosotros con profesores de quienes no nos pudimos despedir. No pudimos escuchar la última pasada de la lista, ni las palabras de los maestros. Nada.
Tan solo tuvimos ese martes en que disfrutamos genuinamente, sin saber que sería la última vez que nos encontraríamos y que se convertiría en el más añorado recuerdo de nuestro colegio.
Por María José González Luna